ADAPTACIÓN DEL CUENTO "LA PRINCESA Y LOS SIETE BANDOLEROS"
Hace no
muchos años, en un chalecito de la Moraleja, vivían felizmente casados Manolo y
Sofía. Tenían la vida perfecta; él era un poderoso comisario de la policía
nacional y ella una importante diseñadora internacional. Ambos habían acumulado
una importante suma de dinero con sus respectivos trabajos, y, como no les
podía ir mejor, decidieron tener un hijo. O mejor dicho, una preciosa niña rubia
de 3 kilos y 300 gramos a la que llamaron Claudia.
Los
tres vivían felices rodeados de sirvientes en su chalet de lujo, hasta que un
día llegó la tristeza a su hogar. Sofía cayó gravemente enferma y, por cosas
del destino, falleció cuando Claudia tenía nada más y nada menos que 6 añitos.
Antes
de morir, Sofía regaló a su hija una elegante pulsera de oro blanco con el fin
de que la protegiera y así siempre tuviera presente lo mucho que la quería su
madre. Además, Manolo pudo tener también una última conversación con su mujer,
en la que le pedía que pensara en el futuro de Claudia, en lo que sería para
ella crecer sin una madre, es decir, que se replanteara volverse a casar.
Los
años fueron pasando. Manolo, siguiendo el consejo de su mujer, volvió a
casarse, esta vez con una mujer un poco más joven llamada Elena.
Elena y
Claudia, al principio se llevaban bien, pero con el paso del tiempo su relación
empezó a tensarse. Claudia acababa de cumplir los 16 años, ya se había hecho
toda una mujer, era hermosa e inteligente y ya no era aquella inocente niña que
perdió a su madre con 6 años. Ella sabía perfectamente que no le caía bien a su
madrastra, y sospechaba que, en realidad, lo único que quería Elena era hacerse
con la fortuna de su padre.
La
única pena, era que Manolo no creería tales acusaciones, de modo que a Claudia
solo le quedaba resignarse y vivir con ello, desahogándose de vez en cuando
escribiendo en su diario.
Esto
fue una penosa idea, desde luego, pues un día Elena, cotilleando en la
habitación de Claudia, encontró dicho diario, lo leyó y se enfureció como nunca
nadie había hecho. Su hijastra la había calado pero bien.
¿Qué
pasaría si Manolo se diera cuenta de sus intenciones? ¿Se divorciaría de ella?
Y lo que era más importante ¿Se llevaría algo en la herencia o toda sería para
Claudia? Solo podía hacer una cosa… deshacerse de ella.
Habló
con un sirviente de confianza y le ofreció una buena suma de dinero a cambio de
que llevara a Claudia a dar un paseo por el centro de Madrid, de forma que
cuando esta se distrajera, pudiera darle con una piedra en la cabeza, y así tirar su cuerpo al rio Manzanares. Lo
único que le pedía de regreso al sirviente, era un mechón de la larga cabellera
rubia de Claudia.
Sin
embargo, el plan no sucedió como esperaban. Una vez que el sirviente tuvo la
oportunidad de asestarle el golpe a la joven, se echó para atrás. Al ver la
carita tan hermosa y tan indefensa de Claudia, su corazón se enterneció, y no
fue capaz de cumplir la misión que le habían encomendado. De esta forma, solo
podía contarle a Claudia la verdad, para que huyera y pudiera seguir con su
vida lejos de las garras de su madrastra.
La
joven salió corriendo… y corrió y corrió hasta que sus piernas le fallaron y
cayó al suelo. Ahí se quedó tendida, llorando desesperadamente, hasta que
finalmente decidió buscar un sitio en el que pasar la noche a salvo.
Comenzó
a andar, y finalmente encontró una antigua fábrica abandonada. Una vez dentro,
vio una luz en una de las viejas habitaciones. Entró decididamente y se
encontró a un hombre preparando un fuego en el que calentarse en una papelera.
Además pudo fijarse de que ese hombre no debía vivir solo, puesto que había
varios colchones en el suelo.
-
¿Qui-qui-quién eres tú? –tartamudeó el muchacho asustado.
-
Lo siento, no pretendía asustarte. Me llamó Claudia, pero esto es lo
único que conozco de mí. Yo…ehh…. Me he escapado del orfanato y no tenía a
donde ir. ¿Puedo quedarme aquí contigo un tiempo? –Preguntó la joven
tímidamente.
-
Por mi no hay ningún problema. Lo hablaré con mis 6 hermanos y a ver
qué opinan ellos. Yo me llamo Víctor, encantado. Ven, acércate al fuego y
caliéntate.
Y así
fue como Claudia pasó a formar parte de esa familia. Los hermanos de Víctor
aceptaron de buena gana la presencia de la chica, ya que les venía bien para
que les cocinara y vigilara la fábrica mientras ellos ganaban algo de dinero o
comida.
Los 7
hermanos no habían sido pobres siempre. Ellos también habían tenido una buena
familia y un cálido hogar en el que dormir, hasta que un día su propio padre,
decidió que el dinero era más importante que cuidar de sus hijos, por lo que se
marchó y nunca más volvió, dejando a los 7 hermanos sin nada. Es por esto por
lo que se tenían que ganar la vida haciendo lo que más odiaban, robar a la
gente.
Fueron
pasando los meses y los meses, y Claudia cada vez se sentía más cómoda con sus
nuevos hermanos. Ella no quiso contarles en ningún momento la verdad sobre su
pasado por miedo a que no la aceptaran. Además no quería quedar como una
mentirosa delante de Víctor, pues poco a poco se había ido enamorando de él.
¡Cosas de la adolescencia!
Normalmente,
Claudia siempre permanecía sola por las tardes en la fábrica y cuando entraba
la noche, sus hermanos regresaban con las ganancias de la tarde, pero un día
todo cambió. Volvieron a la fábrica solo dos de sus hermanos.
-
¿Qué ha pasado? –preguntó Claudia asustada- ¿Dónde están los chicos?
-
Los ha detenido la policía y se los llevan a comisaría. Nosotros hemos
podido escapar. –dijo tristemente uno de sus hermanos.
-
¡Llévarme a comisaría!
-
Pero… ¿te has vuelto loca? –le contestó rápidamente- ¿No te das cuenta
de que si ven que les conoces te detendrán a ti también?
-
Haz lo que digo, por favor. ¡Confía en mí! –suplicó Claudia
desesperadamente.
Viendo
la seguridad de sus palabras, los dos chicos decidieron llevarla a la
comisaría. Una vez allí, ocurrió lo que uno de ellos había previsto, que los
detuvieron a ellos también.
Les
metieron a todos en una celda provisional, hasta que se supiera qué podían a
hacer con ellos. Entonces Claudia tuvo una idea:
-
Disculpe –se dirigió a uno de los policías que les vigilaban- En las
películas los recluidos siempre tienen derecho a una llamada. ¿Puedo hacer yo
ahora la mía? –preguntó tímidamente la joven.
-
¿Pero a quién demonios vas a llamar? ¡Estamos solos en esto Claudia! –le
recordó uno de sus hermanos.
-
Está bien, acompáñame –dijo el policía- ¡Tú sola!
El
policía llevó a Claudía hasta el teléfono. Ella rápidamente marcó el número del
móvil de su padre. Contaba con que en estos años no lo hubiera cambiado, y de
hecho, no lo había hecho:
-
¿Hola? –preguntó Manolo.
-
Pa… papá… soy yo… Claudia –respondió ella.
En ese
momento se dio cuenta de que no había pensado muy bien ni cómo empezar ni qué
decirle.
-
¿Es una broma? ¡Porque no tiene ninguna gracia! –dijo Manolo muy
enfadado.
-
No papá, ¡soy yo! De verdad… necesito que me ayudes, me ha detenido la
policía… ¡Tengo tanto que contarte! Pero necesito que vengas a por mí, ¡por
favor!
-
Mi hija está muerta ¡¿me oyes?! –chilló su padre.
-
Papá por favor, creeme – dijo Claudía rompiendo a llorar.
-
Muy bien, se acabó el tiempo niña –dijo uno de los policías.
-
¡No por favor! ¡Tengo que hablar con mi padre! –suplicó ella
-
¡He dicho que se acabó!
Y cogiéndole
el auricular, el policía colgó el teléfono.
Claudia
regresó a la celda. Todos le preguntaron confusos a quién había llamado. Pero
ella no quería hablar con nadie, estaba demasiado triste y sumida en sus
pensamientos…
Lo que
ella no sabía es que, no muy lejos de allí, había un hombre que estaba pensando
en ella ahora mismo. Era innegable que la voz de aquella jovencita era muy
parecida a la de su hija, y que, en el fondo, nunca le habían podido confirmar
que su hija estuviera muerta, pues no habían encontrado nunca ningún cadáver.
Pero… ¿qué probabilidades había de que esa chica asustada del otro lado del teléfono
fuera su hija? ¿Una entre un millón? Y si era ella… ¿Por qué había esperado a
estar metida en problemas para dar señales de vida? ¿Por qué no había intentado
comunicarse con él en todo este tiempo?
Todas
esas preguntas se resolverían si iba a la comisaría. Una vez que estuvo allí,
se dirigió a la zona de los reclusos temporales. Miró celda por celda, pero no
vio por ninguna parte a su hija.
De
pronto, una dulce voz salió de una de las celdas del fondo:
-
¿Papá?¡ Has venido a por mí! –dijo ella emocionada.
-
¿Claudia? ¿Eres tú?
Manolo
se acerco rápidamente a la celda, pero cuando llegó y vio a Claudia se
decepcionó completamente.
-
Tú no eres mi hija… -dijo tristemente él
Claudia
en estos años había cambiado considerablemente. Tenía la tez más oscura, estaba
indudablemente más delgada y su pelo estaba mucho más largo y había perdido
todo su brillo…
Claudia
no sabía que más hacer. Creía que su padre la reconocería de inmediato, que
nada más verla iría corriendo a abrazarla y no la dejaría escapar jamás. Esto
la había pillado por sorpresa.
Justo
cuando Manolo se dio la vuelta y empezó a caminar hacia la salida, fue cuando
Claudia dijo:
-
Cuando solo tenía 6 años, mi madre falleció, pero antes de morir me
regaló una pulsera de oro blanco para que me protegiera y me ayudara en los
momentos difíciles. Al fin y al cabo todos estos años me ha estado protegiendo
muy bien. Tal vez era demasiado perdirla un poco de ayuda ahora… -se
entristeció ella
De
repente, Manolo se acercó a la celda, y agarró de la muñeca a Claudia.
-
Señor comisario ¡¿qué está usted haciendo?! –dijo uno de los policías
que estaban en la sala.
-
¡Deténgase! –dijo otro.
Entonces,
Manolo le remangó la manga de la sudadera y fue cuando vio la brillante
pulsera.
-
Tú… tú… ¡¡eres mi hija!! –dijo llorando Manolo- ¡¡Oh Claudia mi vida,
cuanto lo siento!! ¿Por qué estás aquí? ¿Quiénes son estos siete hombres? ¿Por
qué no has vuelto a casa? ¡¡Me tenías tan preocupado!! Ni una nota… ni una
llamada…
-
¡Papa! –le cortó Claudia- todo tiene una explicación. Sácanos de aquí y
te la contaré.
Como
comisario que era, sacarles de allí no le supuso ningún problema. Una vez fuera
de la celda, Claudia pudo contarle a su padre todo lo que había pasado con su
madrastra Elena, y como esos siete hombrecitos la habían acogido sin pedir nada
a cambio.
A partir
de entonces, todo pasó muy deprisa.
En primer
lugar, os preguntareis qué pasó con Elena. Fue detenida y llevada a la cárcel
para que pagara por todo el daño que había ocasionado.
Además
esta historia, salió en todos los canales de televisión y en todos los
periódicos con titulares como: “Comisario
de Madrid recupera a su hija gracias a 7 valientes desconocidos” “Una mujer
intenta asesinar a su hijastra para hacerse con una fortuna” “Los finales
felices existen”
Los
siete hermanos se hicieron famosos y se ganaron el cariño de la gente. Eso les
permitió ganar algo de dinero y poder salir de la fábrica abandonada. Además,
Manolo, en agradecimiento por haber cuidado de su hija, les contrató como policías
y les obsequió a los siete con la medalla al honor.
-
¡Cómo han cambiado las cosas! –suspiraba Víctor.
-
Pues si… Cuando menos te lo esperas va la vida y te sorprende –respondió
Claudia.
-
¿Cómo no me contaste nada? Te habría ayudado. Creí que éramos amigos…
-
Bueno… Si quieres que te sea sincera, yo nunca he podido tratarte como
a un amigo… -empezó a declararse ella.
Entonces
se quedaron en silencio. Por un momento Claudia deseo que le se la tragara la
tierra… ¡Qué silencio más incómodo!
Pero
curiosamente, esos nervios en el estómago se transformaron en mariposas., y
¿sabéis por qué? Porque Víctor la besó.
Y
colorín colorado, este cuento se ha acabado.
CAMBIOS
EN LA ADAPTACIÓN DEL CUENTO
Esta
adaptación es adecuada para niños del tercer ciclo de primaria. En la
adaptación he utilizado los siguientes personajes:
-
El comisario Manolo, padre de la protagonista. (Rey)
-
Sofía, la madre difunta de Claudia (Primera reina)
-
Claudia, nuestra protagonista. (Rosalinda)
-
Elena, la malvada madrastra. (Segunda reina y madrasta de Rosalinda)
-
Sirviente. (Soldado)
-
Los siete hermanos ladrones. El más importante de ellos es Víctor
(Siete bandoleros. El que se casa con Rosalinda se llama Carlos)
-
Los policías.
He
conservado el roll que desempeña cada personaje y la estructura de la historia
con los siguientes cambios:
-
He desarrollado la historia en Madrid, pues quería que fuera más
familiar y amena para los niños, y que la relacionaran con su vida cotidiana.
-
He decidido que el objeto fuera una pulsera, en vez de la virgen de la
Macarena, para que las niñas se identificaran más fácilmente con este
personaje.
-
No se trata de una familia de reyes, pero sí de gente adinerada.
-
He añadido a la historia el tema de la herencia. La madrastra odia a
Claudia porque es su único impedimento para heredar todo el dinero de Manolo.
-
Quería hacer algo similar, pero que no fuera exactamente despeñar a
Claudia. Por lo tanto elegí tirarla al río Manzanares.
-
La madrasta en este caso, pide ayuda a su sirviente (no a un soldado),
y le ordena traerle un mechón rubio de la muchacha, no su corazón.
-
Claudia en vez de llegar a una cueva, se refugia en una fábrica
abandonada.
Perfecto. Me ha enganchado y me ha encantado.
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